Se han escrito muchas cosas sobre
el perro, ese noble animal considerado el mejor amigo del hombre. Después de
quince años viviendo la vida desde mi silla de ruedas, puedo afirmar, que el
perro es un compañero inigualable de las personas discapacitadas.
A lo largo de estos años he disfrutado de tres
preciosos ejemplares: Seia, Pancho y mi actual compañero de fatigas: Lobo. Lobo
es un pastor alemán de tres años adiestrado como perro de asistencia. De forma genérica, puede considerarse perro de asistencia aquel que, habiendo
sido adiestrado en centros especializados oficialmente reconocidos, haya
concluido su adiestramiento y adquirido así las aptitudes necesarias para el
acompañamiento, conducción y auxilio de personas con discapacidad.
Podrían incluirse hasta seis categorías de
perros de asistencia:
· Perros guía o Perro lazarillo. Adiestrado para guiar a
una persona con discapacidad visual o sordo-ciega
· Perros de señalización de sonidos.
Los perros señal, o perros para personas sordas, adiestrados para avisar
físicamente a las personas con discapacidad auditiva de distintos sonidos
cotidianos y conducirles a su fuente de procedencia, o alertarles en el caso de
sonidos como las alarmas.
· Perros
de servicio. Adiestrados para
prestar ayuda a personas con alguna discapacidad física en las actividades de
su vida diaria, tanto en su entorno privado como en el entorno externo
(asistencia para la movilidad, petición de ayuda mediante teléfono o sistema de
comunicación exterior, transporte de información, bloqueo de la persona ante un
objeto o situación de peligro, etc.)
· Perros de aviso.
Adiestrados para dar alerta médica a las personas que padecen epilepsia,
diabetes ...
· Perros incluidos en proyectos de terapia asistida con
animales de compañía, destinados a visitas a
hospitales, centros geriátricos, pisos tutelados, centros con personas con
discapacidad, viviendas particulares, etc.
Lobo está adiestrado para
prestarme ayuda en mi vida diaria; si se me cae un objeto al suelo (bolso,
cartera, móvil, la botella de agua..) inmediatamente lo recoge y me lo entrega,
aunque no me haya dado cuenta de que se me había caído. Su adiestramiento le
convierte en un perro modelo para la educación
vial, porque Lobo va
constantemente mirando a su dueño, esperando una orden y siempre está deseando
trabajar. Se detiene y se sienta cuando llego a un paso de peatones; si va por
una acera y encuentra un bordillo para bajar, se sienta de inmediato para
avisar del peligro; no sale corriendo detrás de un gato o cualquier otro
animal, evitando accidentes que cualquier otro perro podría provocar, etc.
Pero mi
querido Lobo, como tantos otros perros, es mucho más que eso. Es un antídoto
contra el estrés y el mal humor; aumenta mi autoestima, mi sentimiento de ser
útil y de que yo también puedo cuidar de alguien; me obliga a salir de casa, a
estar activo y nuestros paseos me permiten ampliar el círculo de amigos (y a él
también…). Charlar con Lobo y acariciarlo es el mejor bálsamo para mitigar el
inevitable sentimiento de soledad que nos invade a todos muchas veces. Es mi
bastón para no caer, mi consuelo cuando estoy triste, mis ganas de vivir y
seguir luchando cuando me recibe con esa loca alegría, mi infatigable escudero
y, por encima de todo, mi fiel compañero.
Debemos aprender a respetar y a
querer a estos inteligentes animales, que son los ojos de los ciegos, los oídos
de los sordos, las piernas de los parapléjicos y la emoción de tantos y tantos
discapacitados físicos y psíquicos. Porque TODOS SOMOS DISCAPACITADOS, en mayor
o menor medida y porque TODOS NECESITAMOS CARIÑO. Gracias Seia, gracias Pancho,
Gracias Lobo.
Rodolfo Castillo.