domingo, 28 de diciembre de 2008

EDUCACIÓN VIAL. DESDE NUESTRO PASADO HACIA NUESTRO FUTURO

Andaba yo por los 12 años cuando un grupo de “tutores”, que no eran otra cosa que nuestros educadores-docentes, responsables de nuestra educación y enseñanza en una Universidad Laboral, pusieron en práctica un novedoso proyecto, fuera del horario lectivo, encaminado a enseñarnos las señales de circulación y por supuesto de carácter voluntario.

Allá, por el año 70 del siglo pasado, tuve mi primer encuentro con la Educación Vial

Puede ser que éstos tutores fuesen muy jóvenes para lo que se llevaba en educación en aquellos tiempos, rondaban los veinte años y tenían unas ideas revolucionarias en cuanto a enseñanza integral, inquietud que les llevó a crear más tarde un club de Tráfico y con todas las narices, nos pusieron a regular la circulación en el interior de la UNI, un recinto de 14 kilómetros cuadrados que albergaba a 5.000 alumnos internos y que durante los fines de semana recibía la visita de los afortunados padres que residían por los alrededores.

Siempre bajo su supervisión, aprendimos las normas de circulación y comportamiento adecuados en la vía pública, como peatones, responsables de la circulación, y como guardianes de las buenas costumbres para la vida en convivencia. Yo no lo he olvidado, y después de 38 años en algún encuentro de ex alumnos, gente que nada tiene que ver con mi oficio, también lo recuerda, eso es una buena señal.

Como ya entenderemos, en aquellos años, aún no existía el uso del casco, del cinturón de seguridad, de los airbag y de otros elementos de seguridad con los que ahora contamos, de la misma manera que tampoco eran tantas las familias que disponían de un vehículo para desplazarse, por lo que muchos venían en autobús y había que regular constantemente los pasos de peatones, que creo que tampoco existían, pero nos los inventábamos.

Una vez acabado el ciclo de Bachiller Elemental, y con ello mi formación escolar actual, e integrado en el mundo crudo y real, comencé mi dilatada vida laboral. Anduve deambulando por la Isla de Mallorca como aprendiz-dependiente de Joyería, estuve en la estación invernal Alto Campoo como camarero y pistero mientras intentaba estudiar lo que no hice durante mi periodo escolar (algo relacionado con las oposiciones), luego en el Puerto de Santander como estibador portuario, mas tarde me integré en una compañía de distribución de bebidas como conductor de un camión y de ahí mi salto a la Policía Local, mi actual ocupación.

Yo no voy a decir que debamos aislar a todos los niños de 10 a 13 años a un lugar como aquel, aunque a mí me pareció y me parece aún una forma genial de educación, no voy a decir que les arranquemos de sus padres para educarlos de manera objetiva y sin los caprichos propios del consumismo actual, no lo voy a decir porque creo que debemos inventar otros medios actuales en los que los resultados sean de verdad lógicos de acuerdo con el mundo en que vivimos, sin la agresividad que ahora vemos en la calle y la falta de respeto a las normas; no lo voy a decir, pero que conste que lo he pensado un millón de veces, me flagelaré por ello, pero lo he pensado.

De lo expuesto con anterioridad, se desprende que mi experiencia puede ser útil a alguien que quiera entender el octavo sentido, el de la responsabilidad, que a ciertas edades debería ser el primero, y que también suele ser el primero en faltarnos. Durante toda mi vida, he conocido ciudades muy mal señalizadas, carreteras en las que ahora nos echaríamos las manos a la cabeza, vehículos con los que circular era más que una simple aventura, medios de traslado de heridos verdaderamente denigrantes, pero jamás he visto (salvo algún accidente natural) un siniestro que no se hubiera podido evitar con un poco más de sentido común.

En general, y esto lo digo por ser educado, siempre falla la persona, ¿Qué más nos da si es de una parte o de otra? siempre es lo mismo, uno pretende imponer sus derechos y otro se olvida de sus deberes, o al revés, que ya no recuerdo si es primero el huevo o la gallina, y al final algún pobre inocente nos abandona con el circulito encima de la cabeza, ascendiendo hacia el “cielo” preguntándose porqué estaría en aquel momento Y, en ése lugar H, a aquella hora X, fatídica.

No hay gente ineducada, todo el mundo está educado: solo que algunos están muy mal educados (Chesterton) Solo podemos educar a las personas, no se puede educar a una máquina, solo a su responsable, y si conseguimos empezar desde la edad en la que aún se puede y quiere aprender, llegaremos a tiempo de evitar muchos accidentes de circulación, muchas muertes en las vías, muchos gastos de reparación de vehículos, muchas lágrimas de dolor, muchas familias destrozadas, muchas frías y macabras estadísticas.

¿Alguien ha ido a comunicarle a una madre la muerte de un hijo por un accidente de circulación?, ¿al marido la de su esposa? ¿a un hermano la de otro hermano?¿a una abuela la de un nieto?

Eduquemos en responsabilidad. El factor esencial del aprendizaje es la voluntad de aprender y es durante la infancia donde más se desarrolla ésta virtud. Sigamos la Estela Vial, luchemos por los cero muertos en accidentes de tráfico, vamos a empezar a hacer que los niños lleguen a ser adultos responsables, vamos a imbuirles de valores, vamos a educar en convivencia. Lo que ahora nos pueda parecer una utopía, algún día será lo normal y los que nos dedicamos a la Educación Vial nos sentiremos orgullosos de nuestro trabajo.

Alejandro Cobo Argumosa. APEMEV CANTABRIA.
28 de diciembre de 2.008

martes, 23 de diciembre de 2008

APRENDER O MORIR, ESE ES EL DILEMA.

Finaliza el año 2008 y con él, una vez más, nos llega una cifra de víctimas en nuestras carreteras, que sirve de discusión en todos los medios de comunicación y llena de números las estadísticas de las diferentes administraciones; preguntándonos ¿donde está el problema? ¿En la falta de educación vial, falta de seguridad en los vehículos o por el contrario las infraestructuras viales no son las adecuadas?
A mi entender, como antes, como siempre, el factor humano está en la mayoría de los casos detrás de los accidentes de tráfico. Haciéndome esta reflexión se me antoja preguntar, todos nacemos libres, pero… ¿eso nos da derecho a hacer lo que nos venga en gana?
Vamos por partes y siempre en referencia a la educación vial, no sé muy bien ni cuándo ni cómo ni que tendrá que ocurrir para verificar un cambio de actitud en la sociedad y en esta cultura en que la vida es lo más barato, lo descartable y lo que menos debe ser cuidado. Quizá muchos estimen sus pertenencias como muy valiosas pero no advierten que lo más valioso es la vida.
Y voy más lejos, ante la muerte de tantas personas cuantas familias, amigo/as, conocidos quedan también afectados por un accidente de tráfico, repito, ¿por donde comenzaremos a cambiar? De que vale el esfuerzo de quienes ponen en práctica costosos planes de educación vial y de quienes los ejecutan, profesionales, docentes etc. Si todos estos esfuerzos no encuentran eco en personas, familias, gobernantes…
La familia es hoy, y si no lo es debería volver a serlo, la encargada de inculcar esos valores y esa educación, que luego con el paso del tiempo dote a las nuevas generaciones de comportamientos saludables, de respeto hacia los demás y hacia las normas de convivencia y de cuanto podamos imaginar para construir un mundo mejor donde las personas aprendan desde la infancia que todos somos sujetos y no objetos, y que de nosotro/as depende reducir esa escandalosa cifra de personas que pierden la vida cada año en nuestras carreteras.
Ojala seamos capaces de hacer realidad el objetivo de disminuir a 0 las víctimas en nuestras carreteras y de erradicar de nuestro vocabulario esa frase fatídica, A MI NO ME VA A PASAR, porque esto es lo peor que nos puede pasar. A todos en un momento determinado nos puede suceder un accidente, a todos nos puede sorprender una desgracia a la vuelta de la esquina; el accidente esta siempre latente, pero debemos poner de nuestra parte todos los medios para evitar que suceda, evitar una mala maniobra, una discusión que nos haga perder la racionalidad, el afán de competición al volante, pensar que soy el/la mejor conductor/a y poseo el vehículo más potente etc.
No todas las soluciones están en nuestras manos, pero algunas si, para empezar, si somos padres/madres debemos educar en la responsabilidad, cuidar a nuestros hijos e hijas adolescentes sin tener vergüenza de ser tildados de sobreprotectores, enseñarles a cuidarse y a quererse en todos los órdenes de la vida y así cuando llegue el momento de conducir un vehículo a motor pondrán en práctica todas las enseñanzas y advertencias, obedecerán las señales de tráfico y sobre todo serán capaces en cada momento de tomar la decisión más adecuada.

Alberto Sal Cabo. APEMEV CANTABRIA
23 de diciembre de 2008

sábado, 13 de diciembre de 2008

COMO TE CAMBIA LA VIDA UN NIÑO

En la vida de cada uno siempre hay momentos o situaciones que te hacen darte cuenta de las cosas que antes o bien ignorabas, o bien no dabas la importancia que se merecían. Y esto último es lo que me ha ocurrido a mí con la seguridad vial.
Al comienzo de tu vida tus padres te intentan educar para que hagas lo correcto y no cometas errores que ellos cometieron con anterioridad, pero eso no lo logran hasta que tienes conciencia de tus actos; hora en la que comienzas a tomar decisiones que no siempre son acertadas, pero son tus decisiones y las llevas adelante hasta sus ultimas consecuencias, haciendo muchas veces caso omiso a los consejos que te aportan tus seres queridos.
Después te llega la adolescencia, comienzas a salir de fiesta con los amigos, te echas novia, logras sacar el carnet de conducir y te compras un coche. Y yo hasta hace no mucho tiempo era uno más de esa gran parte de jóvenes que no respetaban muchas de las normas establecidas en materia de seguridad vial y cometía imprudencias que a mí me parecían pequeñas o poco peligrosas, pero que en el fondo podían significar la vida misma.
El punto de inflexión en mi vida fue ser PADRE.
Es ese momento de la vida en el que sin saber como, comienzas a tener responsabilidades y a preocuparte de cosas tan obvias previsiblemente como la seguridad de los tuyos.
Cuando son bebes te preocupa que vayan bien seguros en el vehículo, cuando comienzan a andar les intentas enseñar como combatir los peligros que existen tanto en la calle como en la carretera (por donde deben cruzar, a ponerse siempre el cinturón en el coche etc.…)


Pero el verdadero momento en el que el tema de la seguridad vial comenzó a centrar gran interés en mi vida, fue cuando mi hija que en esos momentos tenia 2 años, me pidió que fuese a su cole (aula para niños de 2 años) porque iban a realizar la semana de los oficios.
Yo soy policía local en un pequeño municipio de Cantabria y acudí a contarles como era mi trabajo, sobre todo la función que desempeñamos en materia de seguridad ciudadana intentando inculcarles cosas básicas para su seguridad.
Entrar en el aula y ver aquellos niños y niñas tan pequeños prestar tanta atención a lo que les estaba contando me hizo ver que de algún modo podría intentar ayudar para que desde pequeños aprendan la importancia que la seguridad vial va a tener para ellos en su presente y futuro.
Para ello comencé a formarme, realizando cursos sobre educación vial y seguridad vial impartidos por grandes profesionales y recabando información sobre cual era el método de aprendizaje que utilizaban para que los niños tomaran conciencia del tema.
Seguí investigando y encontré que hay un gran número de personas que están realizando actividades sobre seguridad vial en colegios tanto públicos como privados.
En estos momentos y gracias a la ayuda de estos profesionales estoy realizando charlas a los más pequeños del municipio aunque mi intención es ir creciendo y poder transmitir los conocimientos adquiridos en materia de seguridad vial a los niños de primaria y secundaria.
Hasta que no entras a profundizar en el tema de seguridad vial no te das cuenta de la dimensión que puede llegar a alcanzar y la importancia que tiene el educar desde edades bien tempranas para que el día de mañana lo tengan ya adquirido y sea como andar en bici, que nunca se olvide.
Diego Manrique Pereda. APEMEV CANTABRIA
13 de diciembre de 2008

jueves, 4 de diciembre de 2008

“SI ME PASA A MI..., PREFIERO MORIRME”

Hace algún tiempo que perdí la cuenta de las veces que me han dicho esa frase. ¿Por qué me la dicen?, porque un veintidós de diciembre (que fecha más curiosa) de hace dieciocho años, regresaba del trabajo a mi casa, y a la salida de una curva, me encontré el cuerpo de una persona en el centro de la calzada., hice una maniobra brusca para esquivarla y me empotré contra una roca. Me rompí la columna vertebral y me aplasté la médula; resumiendo, soy parapléjico: no siento ni muevo mi cuerpo del pecho hacia abajo y dependo de una silla de ruedas para desplazarme.

¡Qué recuerdos! y ¡qué cambios!. A mi primera silla de ruedas se añadió la reforma de mi casa: la puerta de mi habitación, la del baño, cambiar el mobiliario de sitio, etc. Nunca pude regresar a mi trabajo. Cuando compro un coche, tiene que ser con cambio automático, más caro. No puedo visitar a la mayoría de mi familia, hay escaleras por todas partes. No puedo ir a l los lugares que me apetece (cine, restaurante, hotel…) sino a los que puedo entrar, y en muchos de estos, accedo por una puerta lateral o por la trasera, que es la de los suministros; tampoco viajo en autobús, en tren depende del trayecto y en avión me siento con el resto del pasaje pero me tratan como a una maleta, entro el primero y salgo el último; me sitúan en el punto más alejado de las puertas para no estorbar en caso de evacuación y en su argot soy una silla: “Romerales mande una furgoneta a la puerta veinticinco………., ¡ si, tenemos una silla para Barcelona!” (ese soy yo).

Todo lo anterior, que afecta a mi motricidad, es malo, pero no es lo peor. Fue mucho más difícil, asimilar los problemas sensitivos: perder el control de los esfínteres y por tanto tener que usar laxantes y bolsa de recogida de orina atada a la pierna, esto lo superé ya hace doce años implantándome un electroestimulador de las raices sacras, que mediante un emisor externo controla mis funciones. Por supuesto he ganado en calidad de vida, pero estoy obligado a acudir a un aseo cada seis horas. Mi sexualidad no es mejor ni peor es diferente. Si me golpeo no me duele, tampoco si me pincho o me quemo, pudiendo así, provocarme una lesión grave por no tener una señal de alarma que es el dolor.
Puedo seguir, pero creo que ya te has hecho una idea …...¿ o quizás no?.

El segundo antes de mi accidente, tenía veintisiete años, una buena familia, unos buenos amigos, no tenía pareja, tenía trabajo, hacía surf y jugaba mal, pero que muy mal, al baloncesto. Hoy tengo cuarenta y cinco años, una buenísima familia, unos grandísimos amigos y desde hace catorce años una maravillosa mujer llamada Virginia que nunca me conoció caminando; trabajo como amo de casa (cocino de muerte) y fuera de ésta he colaborado con distintas asociaciones y la federación de deportes de discapacitados. He organizado actividades deportivas, doy charlas de sensibilización en los colegios y en los cursos de recuperación del carné por puntos, he jugado diez años en la liga nacional de baloncesto en silla de ruedas y practico de forma totalmente autónoma el descenso de ríos y el surf con materiales standard que he adaptado a mis condiciones; pero lo más grande de todo lo que me ha pasado, ha sido ser padre de una niña que hoy tiene seis años y que cada día me engrandece y me “complica” la vida un poco más.

No, no te he contado todo esto para que creas que soy un tipo maravilloso, te lo he contado para que la próxima vez que vayas a coger un vehículo después de haber bebido, o no te pongas el casco o el cinturón, etc. pienses si merece la pena arriesgarse a sufrir un accidente y después en el mejor de los casos poder decidir si sigues adelante o preferirías haber muerto en él. Cuando conscientemente cometes una imprudencia y no ocurre nada, se te está dando una segunda oportunidad que yo no tuve ... ¿o quizás si?

A la salida de aquella curva el veintidós de diciembre, hice lo que debía, esquivar el cuerpo de una persona que circulando ebrio y a 180 km/h se había matado un minuto antes de que yo llegara. Fue algo que no busqué, que creo que no me merecía, pero en esta, como en otras muchas ocasiones, es estúpido mirar al pasado y lamentarse cuando no hemos sido dueños de nuestro destino. Así pues, doy las gracias cada día, por mi segunda oportunidad.

Soy feliz con mi silla de ruedas y por favor si alguna vez hablas con un discapacitado no le jodas con la frasecita.
Agustín Vicente Casanova. APEMEV CANTABRIA
04 de diciembre de 2.008